Por Viqui Oceania
Prendo la computadora. Conecto los auriculares. Me dispongo a observar, escuchar y prestar atención plena a lo que Grupo Corpo tiene para ofrecerme en esta performance del año 1992, año de mi nacimiento, es decir, está cumpliendo 28 años en este 2020 pandémico.
Acorde al siglo XXI el telón del espectáculo que estoy por mirar lo subo yo al darle play al video en YouTube. Desde el comienzo son múltiples los estímulos y me llama la atención el sonido de cajita musical pero de un estilo más folclórico y autóctono que se apodera de la escena, aparece un sonido de lo que sería una quena. Al fondo, el espacio escénico está coronado en una pared con grandes y variados estampados llenos de triángulos, cuadrados, flores, rayas, colocados de manera azarosa pero armoniosa. Ahora bien mis ojos terminan de abrirse de par en par al ver a los bailarines ingresando a escena, marcando el tiempo musical con su cuerpo, trasladándose y marcando el paso con un pie y arrastrando el otro, acompañan moviendo levemente las caderas, la cabeza y los brazos en jarra, con las manos apoyadas en la espalda, a la altura de la cadera. Me acompaso al ritmo de los bailarines y comienzo a subir y bajar el pie derecho que está libre producto del cruce de mis piernas. En eso, mis pupilas se siguen dilatando ante la continua irrupción de colores, las mujeres van y vienen en sus calzas de vibrantes colores lisos al cuerpo, pero lo equilibran con torsos negros, mientras sus cabellos están atados con pequeños rodetes (aventuro que Cris Morena se inspiró en ellos para algunas de las estéticas que siguieron en la década del ’90). Los varones, por su lado, se presentan ligeros, con el torso despojado y vistiendo calzas estampadas. Podría ser una cacofonía visual pero una vez más está hermanado todo lo que sucede en esta brillantez que se presenta ante mis ojos.
Claramente la que advierto es una danza producto y reflejo de la cultura carioca, su calor llega a través de los pixeles de mi notebook y los movimientos que van tejiendo los bailarines me abrigan en este mayo de cuarentena. Los pasos se desenvuelven unificando y disolviendo la grupalidad de los bailarines que van jugando, insistiendo más en unos movimientos que otros y ensayando nuevos caminos. Finalmente un movimiento instituyente gana la pulseada, el movimiento grupal desaparece y el grupo también. La música sigue este cambio y también se va yendo, la nota que se inmiscuye en mis auriculares la da un xilofón que protagonizará la escena junto con el sonido de quena que volverá a soplar.
Los movimientos que se ejecutan ahora me recuerdan a arlequines que se despliegan por el espacio, llevando alegría por el escenario en pequeños grupos. Se van sumando más y más bailarines al cuadro carnavalesco hasta completar la escena haciendo pasos pequeños, saltos pequeños, sin esfuerzo, no teniendo que realizar grandes desplazamientos para demostrar su regocijo. Me ataca el pensamiento que se mueven así porque la alegría es de ese modo, fuego en su estilo y aire en su extensión. Pestañeo rápido, ¿qué sigue ahora? Ah, continúan con el movimiento de brazos al que siempre vuelven y repiten como un punto de encuentro en el movimiento y en la danza. Hay grupos que bailan por su lado pero con el conjunto, con distintos frentes pero en un mismo destino, es en definitiva, una fiesta de amigos, donde cada uno se halla por su lado pero con el resto, la frase aislados pero unidos resuena inevitablemente en mi mente, cual mantra virósico. Al final todos los bailarines se juntan como danza y comunidad, como comunidad que danza.
En paralelo, el mundo sonoro se pone más metálico, cada vez más, como una campana que anuncia el final del recreo y de la fiesta. Todos juntos, en un mismo frente hacia el público, repiten un movimiento de brazos, de antebrazos, haciendo una vuelta, se van deteniendo, van siguiendo, van ralentando, van cambiando el apoyo y la distribución del peso en sus pies. Hasta que la metalidad acelera y con ella el movimiento y con esto mi ritmo cardíaco y de repente… fin, no se escuchan pero seguro hubo aplausos. En la pantalla la danza terminó, en mi casa el encierro y la cuarentena siguen. Quisiera estar ahí, tener esa ligereza al bailar, ser esos cuerpos sueltos, gozar la libertad de bailar con otros. Entonces le doy replay y fantaseo con mi danza, con Brasil y con una caipirinha.